Aparecida
  Introducción
 

DOCUMENTO CONCLUSIVO

INTRODUCCIÓN

1. Con la luz del Señor resucitado y con la fuerza del Espíritu Santo,

Obispos de América nos reunimos en Aparecida, Brasil, para celebrar

la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano

y El Caribe. Lo hemos hecho como pastores que queremos seguir

impulsando la acción evangelizadora de la Iglesia, llamada a

hacer de todos sus miembros discípulos y misioneros de Cristo,

Camino, Verdad y Vida, para que nuestros pueblos tengan vida en

Él. Lo hacemos en comunión con todas las Iglesias Particulares

presentes en América. María, Madre de Jesucristo y de sus discípulos,

ha estado muy cerca de nosotros, nos ha acogido, ha cuidado

nuestras personas y trabajos, cobijándonos, como a Juan

Diego y a nuestros pueblos, en el pliegue de su manto, bajo su

maternal protección. Le hemos pedido, como madre, perfecta

discípula y pedagoga de la evangelización, que nos enseñe a ser

hijos en su Hijo y a hacer lo que Él nos diga (cf. Jn 2,5).

2. Con alegría, estuvimos reunidos con el Sucesor de Pedro, Cabeza

del Colegio Episcopal. Su Santidad Benedicto XVI nos ha confirmado

en el primado de la fe en Dios, de su verdad y amor, para

bien de personas y pueblos. Agradecemos todas sus enseñanzas,

especialmente su Discurso Inaugural, que fueron iluminación y

guía segura para nuestros trabajos. El recuerdo agradecido de los

últimos Papas, y en especial de su rico Magisterio que ha estado

también presente en nuestros trabajos, merece especial memoria

y gratitud.

DOCUMENTO CONCLUSIVO

34

3. Nos hemos sentido acompañados por la oración de nuestro pueblo

creyente católico, representado visiblemente por la compañía

del Pastor y los fieles de la Iglesia de Dios en Aparecida, y por la

multitud de peregrinos de todo Brasil y otros países de América al

Santuario, que nos edificaron y evangelizaron. En la comunión de

los santos, tuvimos presentes a todos los que nos han precedido

como discípulos y misioneros en la viña del Señor y especialmente

a nuestros santos latinoamericanos, entre ellos a santo Toribio

de Mogrovejo, patrono del Episcopado latinoamericano.

4. El Evangelio llegó a nuestras tierras en medio de un dramático y

desigual encuentro de pueblos y culturas. Las “semillas del Verbo”

1, presentes en las culturas autóctonas, facilitaron a nuestros

hermanos indígenas encontrar en el Evangelio respuestas vitales

a sus aspiraciones más hondas: “Cristo era el Salvador que anhelaban

silenciosamente”2. La visitación de Nuestra Señora de

Guadalupe fue acontecimiento decisivo para el anuncio y reconocimiento

de su Hijo, pedagogía y signo de inculturación de la

fe, manifestación y renovado ímpetu misionero de propagación

del Evangelio3.

5. Desde la primera evangelización hasta los tiempos recientes, la

Iglesia ha experimentado luces y sombras4. Escribió páginas de

nuestra historia de gran sabiduría y santidad. Sufrió también tiempos

difíciles, tanto por acosos y persecuciones, como por las debilidades,

compromisos mundanos e incoherencias, en otras palabras,

por el pecado de sus hijos, que desdibujaron la novedad

1 Cf. Puebla, 401.

2 BENEDICTO XVI, Discurso Inaugural de la V Conferencia, Aparecida, n.1. Será citado como DI.

3 Cf. SD15.

4 BENEDICTO XVI, Audiencia General, miércoles 23 de mayo de 2007. “Ciertamente el recuerdo de

un pasado glorioso no puede ignorar las sombras que acompañaron la obra de evangelización

del continente latinoamericano: no es posible olvidar los sufrimientos y las injusticias que infligieron

los colonizadores a las poblaciones indígenas, a menudo pisoteadas en sus derechos humanos

fundamentales. Pero la obligatoria mención de esos crímenes injustificables –por lo demás condenados

ya entonces por misioneros como Bartolomé de las Casas y por teólogos como Francisco

de Vitoria, de la Universidad de Salamanca– no debe impedir reconocer con gratitud la admirable

obra que ha llevado a cabo la gracia divina entre esas poblaciones a lo largo de estos siglos”.

35

del Evangelio, la luminosidad de la verdad y la práctica de la justicia

y de la caridad. Sin embargo, lo más decisivo en la Iglesia es

siempre la acción santa de su Señor.

6. Por eso, ante todo, damos gracias a Dios y lo alabamos por todo

lo que nos ha sido regalado. Acogemos la realidad entera del

Continente como don: la belleza y fecundidad de sus tierras, la

riqueza de humanidad que se expresa en las personas, familias,

pueblos y culturas del Continente. Sobre todo, nos ha sido dado

Jesucristo, la plenitud de la Revelación de Dios, un tesoro incalculable,

la “perla preciosa” (cf. Mt 13, 45-46), el Verbo de Dios

hecho carne, Camino, Verdad y Vida de los hombres y mujeres,

a quienes abre un destino de plena justicia y felicidad. Él es el

único Liberador y Salvador que, con su muerte y resurrección,

rompió las cadenas opresivas del pecado y la muerte, que revela

el amor misericordioso del Padre y la vocación, dignidad y destino

de la persona humana.

7. La fe en Dios amor y la tradición católica en la vida y cultura de

nuestros pueblos son sus mayores riquezas. Se manifiesta en la fe

madura de muchos bautizados y en la piedad popular que expresa

el amor a Cristo sufriente, el Dios de la compasión, del

perdón y la reconciliación (…), –el amor al Señor presente

en la Eucaristía (…), –el Dios cercano a los pobres

y a los que sufren, –la profunda devoción a la Santísima

Virgen de Guadalupe, de Aparecida o de las diversas

advocaciones nacionales y locales5.

Se expresa también en la caridad que anima por doquier gestos,

obras y caminos de solidaridad con los más necesitados y desamparados.

Está vigente también en la conciencia de la dignidad de

la persona, la sabiduría ante la vida, la pasión por la justicia, la

esperanza contra toda esperanza y la alegría de vivir aún en condi-

5 DI 1.

INTRODUCCIÓN

DOCUMENTO CONCLUSIVO

36

ciones muy difíciles que mueven el corazón de nuestras gentes.

Las raíces católicas permanecen en su arte, lenguaje, tradiciones

y estilo de vida, a la vez dramático y festivo, en el afrontamiento de

la realidad. Por eso, el Santo Padre nos responsabilizó más aún,

como Iglesia, en “la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del

pueblo de Dios”6.

8. El don de la tradición católica es un cimiento fundamental de

identidad, originalidad y unidad de América Latina y El Caribe:

una realidad histórico-cultural, marcada por el Evangelio de Cristo,

realidad en la que abunda el pecado –descuido de Dios, conductas

viciosas, opresión, violencia, ingratitudes y miserias– pero

donde sobreabunda la gracia de la victoria pascual. Nuestra Iglesia

goza, no obstante las debilidades y miserias humanas, de un

alto índice de confianza y de credibilidad por parte del pueblo. Es

morada de pueblos hermanos y casa de los pobres.

9. La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y

Caribeño es un nuevo paso en el camino de la Iglesia, especialmente

desde el Concilio Ecuménico Vaticano II. Ella da continuidad

y, a la vez, recapitula el camino de fidelidad, renovación y evangelización

de la Iglesia latinoamericana al servicio de sus pueblos,

que se expresó oportunamente en las anteriores Conferencias

Generales del Episcopado (Río, 1955; Medellín, 1968; Puebla,

1979; Santo Domingo, 1992). En todo ello reconocemos la acción

del Espíritu. También tenemos presente la Asamblea Especial

del Sínodo de los Obispos para América (1997).

10. Esta V Conferencia se propone “la gran tarea de custodiar y alimentar

la fe del pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de

este continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a

ser discípulos y misioneros de Jesucristo”7. Se abre paso un nuevo

período de la historia con desafíos y exigencias, caracterizado

6 Ibíd., 3.

7 Ibíd.,

37

por el desconcierto generalizado que se propaga por nuevas turbulencias

sociales y políticas, por la difusión de una cultura lejana

y hostil a la tradición cristiana, por la emergencia de variadas ofertas

religiosas, que tratan de responder, a su manera, a la sed de

Dios que manifiestan nuestros pueblos.

11. La Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con

fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas

y mundiales. No puede replegarse frente a quienes

sólo ven confusión, peligros y amenazas, o de quienes pretenden

cubrir la variedad y complejidad de situaciones con una capa de

ideologismos gastados o de agresiones irresponsables. Se trata

de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada

en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario

con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no

depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres

y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad,

como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas

de vida nueva para una América Latina que quiere reconocerse

con la luz y la fuerza del Espíritu.

12. No resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a

bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas

de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de

las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos

sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a

moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los

bautizados. Nuestra mayor amenaza

es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia

en el cual aparentemente todo procede con normalidad,

pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando

en mezquindad8.

8 RATZINGER, J., Situación actual de la fe y la teología. Conferencia pronunciada en el Encuentro de

Presidentes de Comisiones Episcopales de América Latina para la doctrina de la fe, celebrado en

Guadalajara, México, 1996. Publicado en L’Osservatore Romano, el 1 de noviembre de 1996.

INTRODUCCIÓN

DOCUMENTO CONCLUSIVO

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A todos nos toca recomenzar desde Cristo9, reconociendo que

no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o

una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento,

con una Persona, que da un nuevo horizonte a

la vida y, con ello, una orientación decisiva10.

13. En América Latina y El Caribe, cuando muchos de nuestros pueblos

se preparan para celebrar el bicentenario de su independencia,

nos encontramos ante el desafío de revitalizar nuestro modo

de ser católico y nuestras opciones personales por el Señor, para

que la fe cristiana arraigue más profundamente en el corazón de

las personas y los pueblos latinoamericanos como acontecimiento

fundante y encuentro vivificante con Cristo. Él se manifiesta

como novedad de vida y de misión en todas las dimensiones de la

existencia personal y social. Esto requiere, desde nuestra identidad

católica, una evangelización mucho más misionera, en diálogo

con todos los cristianos y al servicio de todos los hombres. De

lo contrario, “el rico tesoro del Continente Americano… su patrimonio

más valioso: la fe en Dios amor…”11 corre el riesgo de seguir

erosionándose y diluyéndose de manera creciente en diversos

sectores de la población. Hoy se plantea elegir entre caminos

que conducen a la vida o caminos que conducen a la muerte (cf.

Dt 30, 15). Caminos de muerte son los que llevan a dilapidar los

bienes recibidos de Dios a través de quienes nos precedieron en

la fe. Son caminos que trazan una cultura sin Dios y sin sus mandamientos

o incluso contra Dios, animada por los ídolos del poder,

la riqueza y el placer efímero, la cual termina siendo una cultura

contra el ser humano y contra el bien de los pueblos

latinoamericanos. Caminos de vida verdadera y plena para todos,

caminos de vida eterna, son aquellos abiertos por la fe que con-

9 Cf. NMI 28-29.

10 DCE 1.

11 BENEDICTO XVI, Homilía en la Eucaristía de inauguración de la V Conferencia General del

Episcopado Latinoamericano, mayo 13 de 2007, Aparecida, Brasil.

39

ducen a “la plenitud de vida que Cristo nos ha traído: con esta

vida divina se desarrolla también en plenitud la existencia humana,

en su dimensión personal, familiar, social y cultural”12. Esa es

la vida que Dios nos participa por su amor gratuito, porque “es el

amor que da la vida”13. Estos caminos de vida fructifican en los

dones de verdad y de amor que nos han sido dados en Cristo en la

comunión de los discípulos y misioneros del Señor, para que

América Latina y El Caribe sean efectivamente un continente en

el cual la fe, la esperanza y el amor renueven la vida de las personas

y transformen las culturas de los pueblos.

14. El Señor nos dice: “No tengan miedo” (Mt 28, 5). Como a las

mujeres en la mañana de la Resurrección, nos repite: “¿Por qué

buscan entre los muertos al que está vivo?” (Lc 24, 5). Nos alientan

los signos de la victoria de Cristo resucitado, mientras suplicamos

la gracia de la conversión y mantenemos viva la esperanza

que no defrauda. Lo que nos define no son las circunstancias dramáticas

de la vida, ni los desafíos de la sociedad, ni las tareas que

debemos emprender, sino ante todo el amor recibido del Padre

gracias a Jesucristo por la unción del Espíritu Santo. Esta prioridad

fundamental es la que ha presidido todos nuestros trabajos,

ofreciéndolos a Dios, a nuestra Iglesia, a nuestro pueblo, a cada

uno de los latinoamericanos, mientras elevamos al Espíritu Santo

nuestra súplica confiada para que redescubramos la belleza y la

alegría de ser cristianos. Aquí está el reto fundamental que afrontamos:

mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar

discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y

comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el

don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que

éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos

del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado,

seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a to-

12 DI 4.

13 BENEDICTO XVI, Homilía en la Eucaristía de inauguración de la V Conferencia General del

Episcopado Latinoamericano, 13 de mayo de 2007, Aparecida, Brasil.

INTRODUCCIÓN

DOCUMENTO CONCLUSIVO

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dos, no obstante todas las dificultades y resistencias. Este es el

mejor servicio –¡su servicio!– que la Iglesia tiene que ofrecer a las

personas y naciones14.

15. En esta hora, en que renovamos la esperanza, queremos hacer

nuestras las palabras de SS. Benedicto XVI al inicio de su Pontificado,

haciendo eco de su predecesor, el Siervo de Dios, Juan Pablo

II, y proclamarlas para toda América Latina:

¡No teman! ¡Abran, más todavía, abran de par en par las

puertas a Cristo!…quien deja entrar a Cristo no pierde

nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la

vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se

abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se

abren realmente las grandes potencialidades de la condición

humana. Sólo con esta amistad experimentamos

lo que es bello y lo que nos libera… ¡No tengan miedo

de Cristo! Él no quita nada y lo da todo. Quien se da a

Él, recibe el ciento por uno. Sí, abran, abran de par en

par las puertas a Cristo y encontrarán la verdadera

vida15.

16. Ésta V Conferencia General se celebra en continuidad

con las otras cuatro que la precedieron en Río de Janeiro,

Medellín, Puebla y Santo Domingo. Con el mismo espíritu

que las animó, los pastores quieren dar ahora un

nuevo impulso a la evangelización, a fin de que estos

pueblos sigan creciendo y madurando en su fe, para ser

luz del mundo y testigos de Jesucristo con su propia

vida16.

14 Cf. EN 1.

15 Cf. BENEDICTO XVI, Homilía en el solemne inicio del Ministerio Petrino del Obispo de Roma, 24

de abril de 2005.

16 DI 2.

41

Como pastores de la Iglesia, somos conscientes de que,

después de la IV Conferencia General, en Santo Domingo,

muchas cosas han cambiado en la sociedad. La

Iglesia, que participa de los gozos y esperanzas, de las

penas y alegrías de sus hijos, quiere caminar a su lado

en este período de tantos desafíos, para infundirles siempre

esperanza y consuelo17.

17. Nuestra alegría, pues, se basa en el amor del Padre, en la participación

en el misterio pascual de Jesucristo quien, por el Espíritu

Santo, nos hace pasar de la muerte a la vida, de la tristeza al gozo,

del absurdo al hondo sentido de la existencia, del desaliento a la

esperanza que no defrauda. Esta alegría no es un sentimiento

artificialmente provocado ni un estado de ánimo pasajero. El amor

del Padre nos ha sido revelado en Cristo que nos ha invitado a

entrar en su reino. Él nos ha enseñado a orar diciendo “Abba, Padre”

(Rm 8, 15; cf. Mt 6, 9).

18. Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una

gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el

Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado. Con los ojos iluminados

por la luz de Jesucristo resucitado, podemos y queremos

contemplar al mundo, a la historia, a nuestros pueblos de

América Latina y de El Caribe, y a cada una de sus personas.

17 Ibíd.

INTRODUCCIÓN

 

 
 
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