LOS DISCÍPULOS MISIONEROS
20. Nuestra reflexión acerca del camino de las Iglesias de América
Latina y El Caribe tiene lugar en medio de luces y sombras de
nuestro tiempo. Nos afligen, pero no nos desconciertan, los grandes
cambios que experimentamos. Hemos recibido dones inapreciables,
que nos ayudan a mirar la realidad como discípulos misioneros
de Jesucristo.
21. La presencia cotidiana y esperanzada de incontables peregrinos
nos ha recordado a los primeros seguidores de Jesucristo que
fueron al Jordán, donde Juan bautizaba, con la esperanza de encontrar
al Mesías (cf. Mc 1, 5). Quienes se sintieron atraídos por la
sabiduría de sus palabras, por la bondad de su trato y por el poder
de sus milagros, por el asombro inusitado que despertaba su persona,
acogieron el don de la fe y llegaron a ser discípulos de Jesús.
Al salir de las tinieblas y de las sombras de muerte (cf. Lc 1,
79), su vida adquirió una plenitud extraordinaria: la de haber sido
enriquecida con el don del Padre. Vivieron la historia de su pueblo
y de su tiempo y pasaron por los caminos del Imperio Romano,
sin olvidar nunca el encuentro más importante y decisivo de su
vida que los había llenado de luz, de fuerza y de esperanza: el encuentro
con Jesús, su roca, su paz, su vida.
22. Así nos ocurre también a nosotros al mirar la realidad de nuestros
pueblos y de nuestra Iglesia, con sus valores, sus limitaciones,
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sus angustias y esperanzas. Mientras sufrimos y nos alegramos,
permanecemos en el amor de Cristo viendo nuestro mundo, tratamos
de discernir sus caminos con la gozosa esperanza y la indecible
gratitud de creer en Jesucristo. Él es el Hijo de Dios verdadero,
el único Salvador de la humanidad. La importancia única e
insustituible de Cristo para nosotros, para la humanidad, consiste
en que Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida. “Si no conocemos
a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un
enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber camino, no
hay vida ni verdad”19. En el clima cultural relativista que nos circunda
se hace siempre más importante y urgente radicar y hacer
madurar en todo el cuerpo eclesial la certeza que Cristo, el Dios
de rostro humano, es nuestro verdadero y único salvador.
1.1 ACCIÓN DE GRACIAS A DIOS
23. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha
bendecido con toda clase de bendiciones en la persona de Cristo
(cf. Ef 1, 3). El Dios de la Alianza, rico en misericordia, nos ha
amado primero; inmerecidamente, nos ha amado a cada uno de
nosotros; por eso, lo bendecimos, animados por el Espíritu Santo,
Espíritu vivificador, alma y vida de la Iglesia. Él, que ha sido
derramado en nuestros corazones, gime e intercede por nosotros
y nos fortalece con sus dones en nuestro camino de discípulos y
misioneros.
24. Bendecimos a Dios con ánimo agradecido, porque nos ha llamado
a ser instrumentos de su Reino de amor y de vida, de justicia y
de paz, por el cual tantos se sacrificaron. Él mismo nos ha encomendado
la obra de sus manos para que la cuidemos y la pongamos
al servicio de todos. Agradecemos a Dios por habernos hecho
sus colaboradores para que seamos solidarios con su creación
de la cual somos responsables. Bendecimos a Dios que nos ha
19 Cf. DI 3.
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dado la naturaleza creada que es su primer libro para poder conocerlo
y vivir nosotros en ella como en nuestra casa.
25. Damos gracias a Dios que nos ha dado el don de la palabra, con
la cual nos podemos comunicar con Él por medio de su Hijo, que
es su Palabra (cf. Jn 1,1), y entre nosotros. Damos gracias a Él que
por su gran amor nos ha hablado como amigos (cf. Jn 15, 14-15).
Bendecimos a Dios que se nos da en la celebración de la fe, especialmente
en la Eucaristía, pan de vida eterna. La acción de gracias
a Dios, por los numerosos y admirables dones que nos ha
otorgado, culmina en la celebración central de la Iglesia, que es la
Eucaristía, alimento substancial de los discípulos y misioneros.
También por el Sacramento del Perdón que Cristo nos ha alcanzado
en la cruz. Alabamos al Señor Jesús por el regalo de su Madre
Santísima, Madre de Dios y Madre de la Iglesia en América
Latina y El Caribe, estrella de la evangelización renovada, primera
discípula y gran misionera de nuestros pueblos.
26. Iluminados por Cristo, el sufrimiento, la injusticia y la cruz nos
interpelan a vivir como Iglesia samaritana (cf. Lc 10, 25-37), recordando
que “la evangelización ha ido unida siempre a la promoción
humana y a la auténtica liberación cristiana”20. Damos gracias a
Dios y nos alegramos por la fe, la solidaridad y la alegría, características
de nuestros pueblos trasmitidas a lo largo del tiempo por
las abuelas y los abuelos, las madres y los padres, los catequistas,
los rezadores y tantas personas anónimas cuya caridad ha mantenido
viva la esperanza en medio de las injusticias y adversidades.
27. La Biblia muestra reiteradamente que, cuando Dios creó el mundo
con su Palabra, expresó satisfacción diciendo que era “bueno”
(Gn 1, 21), y, cuando creó al ser humano con el aliento de su
boca, varón y mujer, dijo que “era muy bueno” (Gn 1, 31). El mundo
creado por Dios es hermoso. Procedemos de un designio divino
de sabiduría y amor. Pero, por el pecado, se mancilló esta be-
20 DI 3.
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lleza originaria y fue herida esta bondad. Dios, por nuestro Señor
Jesucristo en su misterio pascual, ha recreado al hombre haciéndolo
hijo y le ha dado la garantía de unos cielos nuevos y de una
tierra nueva (cf. Ap 21, 1). Llevamos la imagen del primer Adán,
pero estamos llamados también, desde el principio, a realizar la
imagen de Jesucristo, nuevo Adán (cf. 1 Co 15, 45). La creación
lleva la marca del Creador y desea ser liberada y “participar en la
gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8, 21).
1.2 LA ALEGRÍA DE SER DISCÍPULOS Y MISIONEROS
DE JESUCRISTO
28. En el encuentro con Cristo queremos expresar la alegría de ser
discípulos del Señor y de haber sido enviados con el tesoro del
Evangelio. Ser cristiano no es una carga sino un don: Dios Padre
nos ha bendecido en Jesucristo su Hijo, Salvador del mundo.
29. La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a
quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor,
deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por
las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del
Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte,
llegue a todos cuantos yacen al borde del camino, pidiendo limosna
y compasión (cf. Lc 10, 29-37; 18, 25-43). La alegría del
discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro
y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es
un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de
la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia
del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que
puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es
lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con
nuestra palabra y obras es nuestro gozo.
1.3 LA MISIÓN DE LA IGLESIA ES EVANGELIZAR
30. La historia de la humanidad, a la que Dios nunca abandona, transcurre
bajo su mirada compasiva. Dios ha amado tanto nuestro
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mundo que nos ha dado a su Hijo. Él anuncia la buena noticia del
Reino a los pobres y a los pecadores. Por esto, nosotros, como
discípulos de Jesús y misioneros, queremos y debemos proclamar
el Evangelio, que es Cristo mismo. Anunciamos a nuestros
pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza
para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador
de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente
nuestra esperanza en medio de todas las pruebas.
Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad
y no profetas de desventuras.
31. La Iglesia debe cumplir su misión siguiendo los pasos de Jesús y
adoptando sus actitudes (cf. Mt 9, 35-36). Él, siendo el Señor, se
hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz (cf. Fil 2, ; siendo
rico, eligió ser pobre por nosotros (cf. 2 Co 8, 9), enseñándonos
el itinerario de nuestra vocación de discípulos y misioneros.
En el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres siguiendo
a Jesús pobre (cf. Lc 6, 20; 9, 58), y la de anunciar el
Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza
en el dinero ni en el poder de este mundo (cf. Lc 10, 4 ss ). En la
generosidad de los misioneros se manifiesta la generosidad de
Dios, en la gratuidad de los apóstoles aparece la gratuidad del
Evangelio.
32. En el rostro de Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por
nuestros pecados y glorificado por el Padre, en ese rostro doliente
y glorioso21, podemos ver, con la mirada de la fe el rostro humillado
de tantos hombres y mujeres de nuestros pueblos y, al mismo
tiempo, su vocación a la libertad de los hijos de Dios, a la plena
realización de su dignidad personal y a la fraternidad entre todos.
La Iglesia está al servicio de todos los seres humanos, hijos e hijas
de Dios.
21 Cf. NMI 25 y 28.
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