7
LA MISIÓN DE LOS DISCÍPULOS
AL SERVICIO DE LA VIDA PLENA
347. “La Iglesia peregrinante es misionera por naturaleza, porque toma
su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio
del Padre”198. Por eso, el impulso misionero es fruto necesario
de la vida que la Trinidad comunica a los discípulos.
7.1 VIVIR Y COMUNICAR LA VIDA NUEVA EN CRISTO A
NUESTROS PUEBLOS
348. La gran novedad que la Iglesia anuncia al mundo es que Jesucristo,
el Hijo de Dios hecho hombre, la Palabra y la Vida, vino al mundo
a hacernos “partícipes de la naturaleza divina” (2 P 1, 4), a participarnos
de su propia vida. Es la vida trinitaria del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo, la vida eterna. Su misión es manifestar el inmenso
amor del Padre, que quiere que seamos hijos suyos. El
anuncio del kerygma invita a tomar conciencia de ese amor vivificador
de Dios que se nos ofrece en Cristo muerto y resucitado.
Esto es lo primero que necesitamos anunciar y también escuchar,
porque la gracia tiene un primado absoluto en la vida cristiana y
en toda la actividad evangelizadora de la Iglesia: “Por la gracia de
Dios soy lo que soy” (1 Co 15, 10).
198 AG 2.
LA VIDA DE JESUCRISTO PARA NUESTROS PUEBLOS
190
349. El llamado de Jesús en el Espíritu y el anuncio de la Iglesia apelan
siempre a nuestra acogida confiada por la fe. “El que cree en mí
tiene la vida eterna”. El bautismo no sólo purifica de los pecados.
Hace renacer al bautizado, confiriéndole la vida nueva en Cristo,
que lo incorpora a la comunidad de los discípulos y misioneros
de Cristo, a la Iglesia, y lo hace hijo de Dios, le permite reconocer
a Cristo como Primogénito y Cabeza de toda la humanidad. Ser
hermanos implica vivir fraternalmente y siempre atentos a las necesidades
de los más débiles.
350. Nuestros pueblos no quieren andar por sombras de muerte; tienen
sed de vida y felicidad en Cristo. Lo buscan como fuente de
vida. Anhelan esa vida nueva en Dios, a la cual el discípulo del
Señor nace por el bautismo y renace por el sacramento de la reconciliación.
Buscan esa vida que se fortalece, cuando es confirmada
por el Espíritu de Jesús y cuando el discípulo renueva en
cada celebración eucarística su alianza de amor en Cristo, con el
Padre y con los hermanos. Acogiendo la Palabra de vida eterna y
alimentados por el Pan bajado del cielo, quiere vivir la plenitud
del amor y conducir a todos al encuentro con Aquel que es el
Camino, la Verdad y la Vida.
351. Sin embargo, en el ejercicio de nuestra libertad, a veces rechazamos
esa vida nueva (cf. Jn 5, 40) o no perseveramos en el camino
(cf. Hb 3, 12-14). Con el pecado, optamos por un camino de muerte.
Por eso, el anuncio de Jesucristo siempre llama a la conversión,
que nos hace participar del triunfo del Resucitado e inicia un
camino de transformación.
352. De los que viven en Cristo se espera un testimonio muy creíble de
santidad y compromiso. Deseando y procurando esa santidad no
vivimos menos, sino mejor, porque cuando Dios pide más es porque
está ofreciendo mucho más: “¡No tengan miedo de Cristo! Él
no quita nada y lo da todo”199.
199 BENEDICTO XVI, Homilía en la inauguración del Pontificado, 24 de abril de 2005.
191
LA MISIÓN DE LOS DISCÍPULOS AL SERVICIO DE LA VIDA PLENA
7.1.1 Jesús al servicio de la vida
353. Jesús, el Buen Pastor, quiere comunicarnos su vida y ponerse al
servicio de la vida. Lo vemos cuando se acerca al ciego del camino
(cf. Mc 10, 46-52), cuando dignifica a la samaritana (cf. Jn 4, 7-
26), cuando sana a los enfermos (cf. Mt 11, 2-6), cuando alimenta
al pueblo hambriento (cf. Mc 6, 30-44), cuando libera a los endemoniados
(cf. Mc 5, 1-20). En su Reino de vida, Jesús incluye a
todos: come y bebe con los pecadores (cf. Mc 2, 16), sin importarle
que lo traten de comilón y borracho (cf. Mt 11, 19); toca leprosos
(cf. Lc 5, 13), deja que una mujer prostituta unja sus pies (cf.
Lc 7, 36-50) y, de noche, recibe a Nicodemo para invitarlo a nacer
de nuevo (cf. Jn 3, 1-15). Igualmente, invita a sus discípulos a la
reconciliación (cf. Mt 5, 24), al amor a los enemigos (cf. Mt 5, 44),
a optar por los más pobres (cf. Lc 14, 15-24).
354. En su Palabra y en todos los sacramentos, Jesús nos ofrece un
alimento para el camino. La Eucaristía es el centro vital del universo,
capaz de saciar el hambre de vida y felicidad: “El que me coma
vivirá por mí” (Jn 6, 57). En ese banquete, feliz participamos de la
vida eterna y, así, nuestra existencia cotidiana se convierte en una
Misa prolongada. Pero, todos los dones de Dios requieren una disposición
adecuada para que puedan producir frutos de cambio.
Especialmente, nos exigen un espíritu comunitario, abrir los ojos
para reconocerlo y servirlo en los más pobres: “En el más humilde
encontramos a Jesús mismo”200. Por eso san Juan Crisóstomo
exhortaba: “¿Quieren en verdad honrar el cuerpo de Cristo? No
consientan que esté desnudo. No lo honren en el templo con
manteles de seda mientras afuera lo dejan pasar frío y desnudez”201.
7.1.2 Variadas dimensiones de la vida en Cristo
355. Jesucristo es plenitud de vida que eleva la condición humana a
condición divina para su gloria. “Yo he venido para dar vida a los
hombres y para que la tengan en plenitud” (Jn 10, 10). Su amis-
200 DCE 15.
201 SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre san Mateo, L, 3-4: PG 58, 508-509.
LA VIDA DE JESUCRISTO PARA NUESTROS PUEBLOS
192
tad no nos exige que renunciemos a nuestros anhelos de plenitud
vital, porque Él ama nuestra felicidad también en esta tierra. Dice
el Señor que Él creó todo “para que lo disfrutemos” (1 Tm 6, 17).
356. La vida nueva de Jesucristo toca al ser humano entero y desarrolla
en plenitud la existencia humana “en su dimensión personal,
familiar, social y cultural”202. Para ello, hace falta entrar en un proceso
de cambio que transfigure los variados aspectos de la propia
vida. Sólo así, se hará posible percibir que Jesucristo es nuestro
salvador en todos los sentidos de la palabra. Sólo así, manifestaremos
que la vida en Cristo sana, fortalece y humaniza. Porque “Él
es el Viviente, que camina a nuestro lado, descubriéndonos el sentido
de los acontecimientos, del dolor y de la muerte, de la alegría
y de la fiesta”203. La vida en Cristo incluye la alegría de comer juntos,
el entusiasmo por progresar, el gusto de trabajar y de aprender,
el gozo de servir a quien nos necesite, el contacto con la naturaleza,
el entusiasmo de los proyectos comunitarios, el placer de
una sexualidad vivida según el Evangelio, y todas las cosas que el
Padre nos regala como signos de su amor sincero. Podemos encontrar
al Señor en medio de las alegrías de nuestra limitada existencia
y, así, brota una gratitud sincera.
357. Pero el consumismo hedonista e individualista, que pone la vida
humana en función de un placer inmediato y sin límites, oscurece
el sentido de la vida y la degrada. La vitalidad que Cristo ofrece
nos invita a ampliar nuestros horizontes, y a reconocer que, abrazando
la cruz cotidiana, entramos en las dimensiones más profundas
de la existencia. El Señor, que nos invita a valorar las cosas
y a progresar, también nos previene sobre la obsesión por acumular:
“No amontonen tesoros en esta tierra” (Mt 6, 19). “¿De qué le
sirve a uno ganar todo el mundo, si pierde su vida?” (Mt 16, 26).
Jesucristo nos ofrece mucho, incluso mucho más de lo que esperamos.
A la Samaritana le da más que el agua del pozo, a la mul-
202 DI 4.
203 Ibíd.
193
LA MISIÓN DE LOS DISCÍPULOS AL SERVICIO DE LA VIDA PLENA
titud hambrienta le ofrece más que el alivio del hambre. Se entrega
Él mismo como la vida en abundancia. La vida nueva en Cristo
es participación en la vida de amor del Dios Uno y Trino. Comienza
en el bautismo y llega a su plenitud en la resurrección final.
7.1.3 Al servicio de una vida plena para todos
358. Pero, las condiciones de vida de muchos abandonados, excluidos
e ignorados en su miseria y su dolor, contradicen este proyecto
del Padre e interpelan a los creyentes a un mayor compromiso a
favor de la cultura de la vida. El Reino de vida que Cristo vino a
traer es incompatible con esas situaciones inhumanas. Si pretendemos
cerrar los ojos ante estas realidades no somos defensores de
la vida del Reino y nos situamos en el camino de la muerte: “Nosotros
sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque
amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte”
(1 Jn 3, 14). Hay que subrayar “la inseparable relación entre amor
a Dios y amor al prójimo”204, que “invita a todos a suprimir las
graves desigualdades sociales y las enormes diferencias en el acceso
a los bienes”205. Tanto la preocupación por desarrollar estructuras
más justas como por transmitir los valores sociales del Evangelio,
se sitúan en este contexto de servicio fraterno a la vida digna.
359. Descubrimos, así, una ley profunda de la realidad: la vida sólo se
desarrolla plenamente en la comunión fraterna y justa. Porque
“Dios en Cristo no redime solamente la persona individual, sino
también las relaciones sociales entre los seres humanos”206. Ante
diversas situaciones que manifiestan la ruptura entre hermanos, nos
apremia que la fe católica de nuestros pueblos latinoamericanos y
caribeños se manifieste en una vida más digna para todos. El rico
magisterio social de la Iglesia nos indica que no podemos concebir
una oferta de vida en Cristo sin un dinamismo de liberación integral,
de humanización, de reconciliación y de inserción social.
204 DCE 16.
205 DI 4.
206 CDSI 52.
LA VIDA DE JESUCRISTO PARA NUESTROS PUEBLOS
194
7.1.4 Una misión para comunicar vida
360. La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la
comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los
que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de
comunicar vida a los demás. El Evangelio nos ayuda a descubrir
que un cuidado enfermizo de la propia vida atenta contra la calidad
humana y cristiana de esa misma vida. Se vive mucho mejor
cuando tenemos libertad interior para darlo todo: “Quien aprecie
su vida terrena, la perderá” (Jn 12, 25). Aquí descubrimos otra ley
profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida
que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la
misión.
361. El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre. Por eso,
pide a sus discípulos: “¡Proclamen que está llegando el Reino de
los cielos!” (Mt 10, 7). Se trata del Reino de la vida. Porque la propuesta
de Jesucristo a nuestros pueblos, el contenido fundamental
de esta misión, es la oferta de una vida plena para todos. Por
eso, la doctrina, las normas, las orientaciones éticas, y toda la actividad
misionera de la Iglesia, debe dejar transparentar esta atractiva
oferta de una vida más digna, en Cristo, para cada hombre y
para cada mujer de América Latina y de El Caribe.
362. Asumimos el compromiso de una gran misión en todo el Continente,
que nos exigirá profundizar y enriquecer todas las razones
y motivaciones que permitan convertir a cada creyente en un
discípulo misionero. Necesitamos desarrollar la dimensión misionera
de la vida en Cristo. La Iglesia necesita una fuerte conmoción
que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento
y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente.
Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta
en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos
un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión,
la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve
nuestra alegría y nuestra esperanza. Por eso, se volverá imperioso
asegurar cálidos espacios de oración comunitaria que alimenten
195
LA MISIÓN DE LOS DISCÍPULOS AL SERVICIO DE LA VIDA PLENA
el fuego de un ardor incontenible y hagan posible un atractivo
testimonio de unidad “para que el mundo crea” (Jn 17, 21).
363. La fuerza de este anuncio de vida será fecunda si lo hacemos con
el estilo adecuado, con las actitudes del Maestro, teniendo siempre
a la Eucaristía como fuente y cumbre de toda actividad misionera.
Invocamos al Espíritu Santo para poder dar un testimonio
de proximidad que entraña cercanía afectuosa, escucha, humildad,
solidaridad, compasión, diálogo, reconciliación, compromiso
con la justicia social y capacidad de compartir, como Jesús lo
hizo. Él sigue convocando, sigue invitando, sigue ofreciendo incesantemente
una vida digna y plena para todos. Nosotros somos
ahora, en América Latina y El Caribe, sus discípulos y discípulas,
llamados a navegar mar adentro para una pesca abundante.
Se trata de salir de nuestra conciencia aislada y de lanzarnos, con
valentía y confianza (parresía), a la misión de toda la Iglesia.
364. Detenemos la mirada en María y reconocemos en ella una imagen
perfecta de la discípula misionera. Ella nos exhorta a hacer lo
que Jesús nos diga (cf. Jn 2, 5) para que Él pueda derramar su
vida en América Latina y El Caribe. Junto con ella, queremos estar
atentos una vez más a la escucha del Maestro, y, en torno a ella,
volvemos a recibir con estremecimiento el mandato misionero de
su hijo: Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos (Mt 28,
19). Lo escuchamos como comunidad de discípulos misioneros,
que hemos experimentado el encuentro vivo con Él y queremos
compartir todos los días con los demás esa alegría incomparable.
7.2 CONVERSIÓN PASTORAL Y RENOVACIÓN MISIONERA
DE LAS COMUNIDADES
365. Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras
eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias,
comunidades religiosas, movimientos y de cualquier institución
de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente,
con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de
LA VIDA DE JESUCRISTO PARA NUESTROS PUEBLOS
196
renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que
ya no favorezcan la transmisión de la fe.
366. La conversión personal despierta la capacidad de someterlo todo
al servicio de la instauración del Reino de vida. Obispos, presbíteros,
diáconos permanentes, consagrados y consagradas, laicos y
laicas, estamos llamados a asumir una actitud de permanente
conversión pastoral, que implica escuchar con atención y discernir
“lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias” (Ap 2, 29) a
través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta.
367. La pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico
donde viven sus miembros. Su vida acontece en contextos
socioculturales bien concretos. Estas transformaciones sociales y
culturales representan naturalmente nuevos desafíos para la Iglesia
en su misión de construir el Reino de Dios. De allí nace la
necesidad, en fidelidad al Espíritu Santo que la conduce, de una
renovación eclesial, que implica reformas espirituales, pastorales
y también institucionales.
368. La conversión de los pastores nos lleva también a vivir y promover
una espiritualidad de comunión y participación,
proponiéndola como principio educativo en todos los
lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde
se educan los ministros del altar, las personas consagradas
y los agentes pastorales, donde se construyen
las familias y las comunidades207.
La conversión pastoral requiere que las comunidades eclesiales
sean comunidades de discípulos misioneros en torno a Jesucristo,
Maestro y Pastor. De allí, nace la actitud de apertura, de diálogo y
disponibilidad para promover la corresponsabilidad y participación
efectiva de todos los fieles en la vida de las comunidades cristia-
207 NMI 43.
197
LA MISIÓN DE LOS DISCÍPULOS AL SERVICIO DE LA VIDA PLENA
nas. Hoy, más que nunca, el testimonio de comunión eclesial y la
santidad son una urgencia pastoral. La programación pastoral ha
de inspirarse en el mandamiento nuevo del amor (cf. Jn 13, 35)208.
369. Encontramos el modelo paradigmático de esta renovación comunitaria
en las primitivas comunidades cristianas (cf. Hch 2, 42-
47), que supieron ir buscando nuevas formas para evangelizar de
acuerdo con las culturas y las circunstancias. Asimismo, nos motiva
la eclesiología de comunión del Concilio Vaticano II, el camino
sinodal en el postconcilio y las anteriores Conferencias Generales
del Episcopado Latinoamericano y de El Caribe. No olvidamos
que, como nos asegura Jesús, “donde están dos o tres reunidos
en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20).
370. La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase
de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente
misionera. Así será posible que “el único programa del
Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad
eclesial”209 (NMI 12) con nuevo ardor misionero, haciendo que la
Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una
casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera.
371. El proyecto pastoral de la Diócesis, camino de pastoral orgánica,
debe ser una respuesta consciente y eficaz para atender las exigencias
del mundo de hoy, con
indicaciones programáticas concretas, objetivos y métodos
de trabajo, de formación y valorización de los
agentes y la búsqueda de los medios necesarios, que
permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas,
modele las comunidades e incida profundamente mediante
el testimonio de los valores evangélicos en la
sociedad y en la cultura210.
208 Cf. NMI 20.
209 Ibíd., 12.
210 Ibíd., 29.
LA VIDA DE JESUCRISTO PARA NUESTROS PUEBLOS
198
Los laicos deben participar del discernimiento, la toma de decisiones,
la planificación y la ejecución211. Este proyecto diocesano
exige un seguimiento constante por parte del obispo, los sacerdotes
y los agentes pastorales, con una actitud flexible que les
permita mantenerse atentos a los reclamos de la realidad siempre
cambiante.
372. Teniendo en cuenta las dimensiones de nuestras parroquias, es
aconsejable la sectorización en unidades territoriales más pequeñas,
con equipos propios de animación y coordinación que permitan
una mayor proximidad a las personas y grupos que viven en
el territorio. Es recomendable que los agentes misioneros promuevan
la creación de comunidades de familias que fomenten la
puesta en común de su fe cristiana y las respuestas a los problemas.
Reconocemos como un fenómeno importante de nuestro
tiempo la aparición y difusión de diversas formas de voluntariado
misionero que se ocupan de una pluralidad de servicios. La Iglesia
apoya las redes y programas de voluntariado nacional e internacional
–que en muchos países, en el ámbito de las organizaciones
de la sociedad civil, han surgido para el bien de los más
pobres de nuestro continente–, a la luz de los principios de dignidad,
subsidiariedad y solidaridad, en conformidad con la Doctrina
Social de la Iglesia. No se trata sólo de estrategias para procurar
éxitos pastorales, sino de la fidelidad en la imitación del Maestro,
siempre cercano, accesible, disponible para todos, deseoso de
comunicar vida en cada rincón de la tierra.
7.3 NUESTRO COMPROMISO CON LA MISIÓN AD GENTES
373. Conscientes y agradecidos porque el Padre amó tanto al mundo
que envió a su Hijo para salvarlo (cf. Jn 3, 16), queremos ser continuadores
de su misión, ya que ésta es la razón de ser de la Iglesia
y que define su identidad más profunda.
211 Cf. ChL 51.
199
LA MISIÓN DE LOS DISCÍPULOS AL SERVICIO DE LA VIDA PLENA
374. Como discípulos misioneros, queremos que el influjo de Cristo
llegue hasta los confines de la tierra. Descubrimos la presencia
del Espíritu Santo en tierras de misión mediante signos:
a) La presencia de los valores del Reino de Dios en las culturas,
recreándolas desde dentro para transformar las situaciones
antievangélicas.
b) Los esfuerzos de hombres y mujeres que encuentran en sus
creencias religiosas el impulso para su compromiso histórico.
c) El nacimiento de la comunidad eclesial.
d) El testimonio de personas y comunidades que anuncian a
Jesucristo con la santidad de sus vidas.
375. Su Santidad Benedicto XVI ha confirmado que la misión ad gentes
se abre a nuevas dimensiones:
El campo de la Misión ad gentes se ha ampliado notablemente
y no se puede definir sólo basándose en consideraciones
geográficas o jurídicas. En efecto, los verdaderos
destinatarios de la actividad misionera del
pueblo de Dios no son sólo los pueblos no cristianos y
las tierras lejanas sino también los ámbitos socioculturales
y, sobre todo, los corazones212.
376. Al mismo tiempo, el mundo espera de nuestra Iglesia latinoamericana
y caribeña un compromiso más significativo con la misión
universal en todos los Continentes. Para no caer en la trampa de
encerrarnos en nosotros mismos, debemos formarnos como discípulos
misioneros sin fronteras, dispuestos a ir “a la otra orilla”,
aquélla en la que Cristo no es aún reconocido como Dios y Señor,
y la Iglesia no está todavía presente213.
212 BENEDICTO XVI, Discurso a los miembros del Consejo Superior de las Obras Misionales Pontificias,
5 de mayo de 2007.
213 Cf. AG 6.
LA VIDA DE JESUCRISTO PARA NUESTROS PUEBLOS
200
377. Los discípulos, quienes por esencia somos misioneros en virtud
del Bautismo y la Confirmación, nos formamos con un corazón
universal, abierto a todas las culturas y a todas las verdades, cultivando
nuestra capacidad de contacto humano y de diálogo. Estamos
dispuestos con la valentía que nos da el Espíritu, a anunciar
a Cristo donde no es aceptado, con nuestra vida, con nuestra acción,
con nuestra profesión de fe y con su Palabra. Los emigrantes
son igualmente discípulos y misioneros y están llamados a ser
una nueva semilla de evangelización, a ejemplo de tantos emigrantes
y misioneros, que trajeron la fe cristiana a nuestra América.
378. Queremos estimular a las iglesias locales para que apoyen y organicen
los centros misioneros nacionales y actúen en estrecha colaboración
con las Obras Misionales Pontificias y otras instancias
eclesiales cooperantes, cuya importancia y dinamismo para la
animación y la cooperación misionera reconocemos y agradecemos
de corazón. Con ocasión de los cincuenta años de la encíclica
Fidei Donum, agradecemos a Dios por los misioneros y misioneras
que vinieron al Continente y a quienes hoy están presentes
en él, dando testimonio del espíritu misionero de sus Iglesias locales
al ser enviados por ellas.
379. Nuestro anhelo es que esta V Conferencia sea un estímulo para
que muchos discípulos de nuestras Iglesias vayan y evangelicen
en la “otra orilla”. La fe se fortifica dándola y es preciso que entremos
en nuestro continente en una nueva primavera de la misión
ad gentes. Somos Iglesias pobres, pero “debemos dar desde nuestra
pobreza y desde la alegría de nuestra fe”214 y esto sin descargar
en unos pocos enviados el compromiso que es de toda la comunidad
cristiana. Nuestra capacidad de compartir nuestros dones
espirituales, humanos y materiales, con otras Iglesias, confirmará
la autenticidad de nuestra nueva apertura misionera. Por ello,
alentamos la participación en la celebración de los congresos
misioneros.
214 DP 368.