CONCLUSIÓN
547. “Pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros…” (Hch 15, 28). La
experiencia de la comunidad apostólica de los comienzos muestra
la naturaleza misma de la Iglesia en cuanto misterio de comunión
con Cristo en el Espíritu Santo. S.S. Benedicto XVI nos indicó
este “método” original en su homilía en Aparecida. Al concluir
la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de El
Caribe constatamos que esto es, por gracia de Dios, lo que hemos
experimentado. En 19 jornadas de intensa oración, intercambios
y reflexión, dedicación y fatiga, nuestra solicitud pastoral tomó
forma en el documento final, que fue adquiriendo cada vez mayor
densidad y madurez. El Espíritu de Dios fue conduciéndonos, suave
pero firmemente, hacia la meta.
548. Esta V Conferencia, recordando el mandato de ir y de hacer discípulos
(cf. Mt 28, 20), desea despertar la Iglesia en América Latina
y El Caribe para un gran impulso misionero. No podemos desaprovechar
esta hora de gracia. ¡Necesitamos un nuevo Pentecostés!
¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias,
las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el
don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de
“sentido”, de verdad y amor, de alegría y de esperanza! No podemos
quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos,
sino urge acudir en todas las direcciones para proclamar que el
mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más
fuerte, que hemos sido liberados y salvados por la victoria pascual
del Señor de la historia, que Él nos convoca en Iglesia, y que quiere
multiplicar el número de sus discípulos y misioneros en la consDOCUMENTO
CONCLUSIVO
272
trucción de su Reino en nuestro Continente. Somos testigos y
misioneros: en las grandes ciudades y campos, en las montañas y
selvas de nuestra América, en todos los ambientes de la convivencia
social, en los más diversos “areópagos” de la vida pública
de las naciones, en las situaciones extremas de la existencia, asumiendo
ad gentes nuestra solicitud por la misión universal de la
Iglesia.
549. Para convertirnos en una Iglesia llena de ímpetu y audacia
evangelizadora, tenemos que ser de nuevo evangelizados y fieles
discípulos. Conscientes de nuestra responsabilidad por los bautizados
que han dejado esa gracia de participación en el misterio
pascual y de incorporación en el Cuerpo de Cristo bajo una capa
de indiferencia y olvido, se necesita cuidar el tesoro de la religiosidad
popular de nuestros pueblos, para que resplandezca cada vez
más en ella “la perla preciosa” que es Jesucristo, y sea siempre
nuevamente evangelizada en la fe de la Iglesia y por su vida
sacramental. Hay que fortalecer la fe “para afrontar serios retos,
pues están en juego el desarrollo armónico de la sociedad y la
identidad católica de sus pueblos”291. No hemos de dar nada por
presupuesto y descontado. Todos los bautizados estamos llamados
a “recomenzar desde Cristo”, a reconocer y seguir su Presencia
con la misma realidad y novedad, el mismo poder de afecto,
persuasión y esperanza, que tuvo su encuentro con los primeros
discípulos a las orillas del Jordán, hace 2000 años, y con los “Juan
Diego” del Nuevo Mundo. Sólo gracias a ese encuentro y seguimiento,
que se convierte en familiaridad y comunión, por desborde
de gratitud y alegría, somos rescatados de nuestra conciencia
aislada y salimos a comunicar a todos la vida verdadera, la felicidad
y esperanza que nos ha sido dado experimentar y gozar.
550. Es el mismo Papa Benedicto XVI quien nos ha invitado a “una
misión evangelizadora que convoque todas las fuerzas vivas de
este inmenso rebaño” que es pueblo de Dios en América Latina y
291 DI 1.
273
El Caribe: “Sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que se prodigan,
muchas veces con inmensas dificultades, para la difusión de
la verdad evangélica”. Es un afán y anuncio misioneros que tiene
que pasar de persona a persona, de casa en casa, de comunidad a
comunidad.
En este esfuerzo evangelizador –prosigue el Santo Padre–,
la comunidad eclesial se destaca por las iniciativas
pastorales, al enviar, sobre todo entre las casas de
las periferias urbanas y del interior, sus misioneros, laicos
o religiosos, buscando dialogar con todos en espíritu
de comprensión y de delicada caridad.
Esa misión evangelizadora abraza con el amor de Dios a todos y
especialmente a los pobres y los que sufren. Por eso, no puede
separarse de la solidaridad con los necesitados y de su promoción
humana integral:
Pero si las personas encontradas están en una situación
de pobreza –nos dice aún el Papa–, es necesario ayudarlas,
como hacían las primeras comunidades cristianas,
practicando la solidaridad, para que se sientan
amadas de verdad. El pueblo pobre de las periferias urbanas
o del campo necesita sentir la proximidad de la
Iglesia, sea en el socorro de sus necesidades más urgentes,
como también en la defensa de sus derechos y
en la promoción común de una sociedad fundamentada
en la justicia y en la paz. Los pobres son los destinatarios
privilegiados del Evangelio y un Obispo, modelado
según la imagen del Buen Pastor, debe estar
particularmente atento en ofrecer el divino bálsamo de
la fe, sin descuidar el ‘pan material’.
551. Este despertar misionero, en forma de una Misión Continental,
cuyas líneas fundamentales han sido examinadas por nuestra
Conferencia y que esperamos sea portadora de su riqueza de enseñanzas,
orientaciones y prioridades, será aún más concretamente
CONCLUSIÓN
DOCUMENTO CONCLUSIVO
274
considerada durante la próxima Asamblea Plenaria del CELAM en
La Habana. Requerirá la decidida colaboración de las Conferencias
Episcopales y de cada diócesis en particular. Buscará poner a
la Iglesia en estado permanente de misión. Llevemos nuestras
naves mar adentro, con el soplo potente del Espíritu Santo, sin
miedo a las tormentas, seguros de que la Providencia de Dios nos
deparará grandes sorpresas.
552. Recobremos, pues,
el fervor espiritual. Conservemos la dulce y confortadora
alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar
entre lágrimas. Hagámoslo –como Juan el Bautista,
como Pedro y Pablo, como los otros Apóstoles, como
esa multitud de admirables evangelizadores que se han
sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia– con un
ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir.
Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas.
Y ojalá el mundo actual –que busca a veces con
angustia, a veces con esperanza– pueda así recibir la
Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y
desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de
ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de
quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría
de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de
anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el
mundo292.
Recobremos el valor y la audacia apostólicos.
553. Nos ayude la compañía siempre cercana, llena de comprensión y
ternura, de María Santísima. Que nos muestre el fruto bendito de
su vientre y nos enseñe a responder como ella lo hizo en el misterio
de la anunciación y encarnación. Que nos enseñe a salir de
292 EN 80.
275
nosotros mismos en camino de sacrificio, amor y servicio, como
lo hizo en la visitación a su prima Isabel, para que, peregrinos en
el camino, cantemos las maravillas que Dios ha hecho en nosotros
conforme a su promesa.
554. Guiados por María, fijamos los ojos en Jesucristo, autor y
consumador de la fe, y le decimos con el Sucesor de Pedro:
“Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha
declinado” (Lc 24, 29).
Quédate con nosotros, Señor, acompáñanos aunque no
siempre hayamos sabido reconocerte. Quédate con
nosotros, porque en torno a nosotros se van haciendo
más densas las sombras, y tú eres la Luz; en nuestros
corazones se insinúa la desesperanza, y tú los haces
arder con la certeza de la Pascua. Estamos cansados
del camino, pero tú nos confortas en la fracción del pan
para anunciar a nuestros hermanos que en verdad tú
has resucitado y que nos has dado la misión de ser testigos
de tu resurrección.
Quédate con nosotros, Señor, cuando en torno a nuestra
fe católica surgen las nieblas de la duda, del cansancio
o de la dificultad: tú, que eres la Verdad misma como
revelador del Padre, ilumina nuestras mentes con tu Palabra;
ayúdanos a sentir la belleza de creer en ti.
Quédate en nuestras familias, ilumínalas en sus dudas,
sostenlas en sus dificultades, consuélalas en sus sufrimientos
y en la fatiga de cada día, cuando en torno a
ellas se acumulan sombras que amenazan su unidad y
su naturaleza. Tú que eres la Vida, quédate en nuestros
hogares, para que sigan siendo nidos donde nazca la
vida humana abundante y generosamente, donde se
acoja, se ame, se respete la vida desde su concepción
hasta su término natural.
CONCLUSIÓN
DOCUMENTO CONCLUSIVO
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Quédate, Señor, con aquéllos que en nuestras sociedades
son más vulnerables; quédate con los pobres y humildes,
con los indígenas y afroamericanos, que no
siempre han encontrado espacios y apoyo para expresar
la riqueza de su cultura y la sabiduría de su identidad.
Quédate, Señor, con nuestros niños y con nuestros
jóvenes, que son la esperanza y la riqueza de nuestro
Continente, protégelos de tantas insidias que atentan
contra su inocencia y contra sus legítimas esperanzas.
¡Oh buen Pastor, quédate con nuestros ancianos y con
nuestros enfermos. ¡Fortalece a todos en su fe para que
sean tus discípulos y misioneros!293.
293 DI 6.